Ferrari-La-civilizaci#U00f3n-occidental-y-cristiana

Hace varios años, me tocó formar parte de un grupo de investigadores encabezados por el antropólogo Marco Hernández Reyes, que documentaban las llamadas ‘Danzas de conquista’ (llamadas también ‘Danzas de moros y cristianos’) en Veracruz. Dichas danzas son representaciones teatrales que fueron utilizadas por los misioneros como recurso didáctico para evangelizar las poblaciones locales. A través de los años han sido adaptadas y transformadas según la población, y todavía se danzan en las fiestas patronales y son pilares de las comunidades. No es tan fácil ser parte de la danza y para hacerlo es menester sortear una serie de requisitos morales y espirituales a lo largo de todo el año. Y aún dentro del grupo hay jerarquías que son imposibles de saltar y que tienen que ver con antigüedad y otros factores.

En el neblinoso pueblo de Tomatlán, en una sierra perdida de Veracruz, fui testigo de una de las piezas de arte más reveladoras que me ha tocado presenciar. Era una danza conocida como ‘Los doce pares de Francia’: los buenos por un lado (con máscaras rubias, vestidos de azul y con largas capas, coronas y aureolas) centelleaban sus machetes contra los moros (una mezcla de razas que podría representar todo lo no-occidental: árabes, negros, indígenas, vestidos de rojo-diablo y máscaras horripilantes) en dos líneas que mostraban la jerarquía de los reyes. En uno de los extremos, San Miguel Arcángel sostenía una cruel lucha con uno de los diablos de mayor importancia. Un tercer personaje se encargaba de dar vueltas alrededor del grupo y asustar a los pequeños niños que formaban parte del grupo: un personaje vestido como la Muerte. En ese pueblito mexicano, se batían a cruel batalla las fuerzas del universo. Nada me hizo más feliz que saber que incluso el cura de la iglesia, permite que buenos y malos ganen la batalla de manera alternada año con año. Es la historia más antigua del mundo, cuando dos fuerzas opuestas se enfrentan.

La historia del arte es, en sí misma, una sucesión de conflictos. Nuestra vida contemporánea nos ofrece toda clase de teledramas que le dan sentido a nuestra existencia. No hay rosa sin espinas y para muestra basta un botón: la reciente noticia de que el Vaticano por fin ha dejado en su trono a un no-europeo tiene muchos matices que resultan dignos de comentar.

El antes cardenal Jorge Mario Bergoglio viene de la órden de los jesuitas que tiene una tradición de ser liberales e intelectuales, y su reputación en casa es totalmente encontrada. Mientras que el papa Francisco parece una persona bien portada –haciendo a un lado su dudosa participación en la dictadura militar argentina y sus declaraciones contra los derechos de los homosexuales que rayan en el hate speech– es difícil de imaginar que él puede o quiera hacer algo para evitar la evidente caída de la iglesia en cuanto a su importancia cultural. Su papado viene luego de un periodo de 40 años de contrarevolución interna bajo el gobierno de los dos papas anteriores, en el cual un grupo de cardenales extremistas de derecha han consolidado el poder en el Vaticano y desecharon casi todo rastro de las ideas liberales sesenteras propuestas por el Juan XXIII y el Vaticano II.

El paradigma se vuelve fascinante por la misma historia de los jesuitas, quienes historicamente han tenido una relación difícil con el Vaticano. Si algo define a esta órden creada por San Ignacio de Loyola en 1521 es su reputación por el rigor intelectual y su carencia de dogmatismo. Han producido notables científicos, educadores, misioneros y también han sido cabecillas de varios movimientos sociales. A pesar de haber comenzado como soldados-curas al servicio del Papa (su fundador era un soldado vasco herido en la pierna por la bala de un cañón francés), los jesuitas son mejor conocidos por jugar un importante rol en la educación católica: hoy en día, tienen más de 100 colegios repartidos en todo el mundo. En América latina, y durante mucho tiempo, los jesuitas siempre han educado a los hijos de las élites, manteniendo una relación estrecha con los círculos de poder.

Desde su creación, los jesuitas han utilizado la imagen como herramienta fundamental para alcanzar cierto estado espiritual. San Ignacio de Loyola menciona la contemplación en sus Ejercicios espirituales como un camino para llegar a la iluminación y al amor. En la Nueva España, la tolerancia de los jesuitas hacia las manifestaciones artísticas locales y su capacidad para asimilarlas derivó en un imaginario barroco complejo, híbrido y dinámico enfocado principalmente a los santos y a las devociones marianas. El ejemplo perfecto es la Virgen de Guadalupe, que fue utilizada como un instrumento identitario entre la población criolla para emanciparse de la corona española. Los jesuitas saben muy bien de la importancia del arte y su impacto en las masas. Durante siglos lo han usado para su propio beneficio. Por eso me causa un poco de extrañeza el conflicto que durante varios años ha mantenido el nuevo papa Francisco con el renombrado artista León Ferrari. Siete años atrás, nadie imaginó que las cosas tomarían tal vuelco. A finales de 2004 en Buenos Aires, Ferrari inauguró su exposición Infiernos e Idolatrías en el Centro Cultural Recoleta, de recursos públicos. La provocadora muestra generó inmediato descontento entre los feligreses porteños, quienes acudieron al entonces cardenal Bergoglio para que pusiera fin a la situación. Se sucitó entonces, una agresiva campaña en contra de las instutuciones de cultura por todos los medios: el ahora papa encabezó una cruzada legal en contra del instituto tildando de blasfemias todas las obras de Ferrari, y al mismo tiempo, un grupo de militantes ultracatólicos fue procesado por provocar destrozos e incidentes.

La muestra recibió cerca de 68,000 visitas, se publicaron cerca de 500 artículos en prensa nacional e internacional, se registraron 4 amenazas de bombas. La sociedad entera se fragmentó y se involucró en la polémica. La exposición fue clausurada y después abierta de nuevo con una memorable decisión del juez Horacio Corti. Bergoglio entró entonces en una diatraba que lo posicionó como un extremista intolerante entre la población intelectual argentina. ¿Porqué reaccionar de esa manera, a sabiendas que sólo generaría muchísima más publicidad al caso? ¿Qué no ha aprendido nada después de tantos años de civilización? ¿Intolerancia ciega o premeditada publicidad? No dejo de pensar que su decisión también le ha de haber generado la simpatía extra de muchos de sus feligreses.

Tres años después, cuando León Ferrari recibía el máximo reconocimiento que un artista puede tener: «Cuando estaba recibiendo en Venecia el León de Oro pensé mucho en el cardenal Bergoglio, porque pensé que parte de la responsabilidad era suya. Pocas veces un artista tuvo tanta publicidad… y en todas las iglesias», expresó en su momento Ferrari que llegó con una retrospectiva de su obra al MoMA de Nueva York.

No pude sino evitar imaginarlos tomando un café en algún barecito escondido de Buenos Aires. Bergoglio y Ferrari, alejados de su público, transformados en personas normales y sin atavíos conversando alegremente acerca de fútbol o de cualquier otra cosa que podría parecer irrelevante. Uno de ellos paga la cuenta y se despide del otro para seguir siendo enemigos. Las dos fuerzas del universo que se enfrentan para decidir el destino de nosotros los mortales. Y la muerte danzando alrededor de ellos.

http://www.youtube.com/watch?v=JV218fnBnwU

https://www.youtube.com/watch?v=kw8uUjiNytI