
Obras de Zóbel, Feito, Serrano y Saura en una de las salas del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca
Cuando en 1966 se inaugura el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, los museos europeos al contrario de los americanos con el MoMA a la cabeza, atraviesan un periodo complicado. Marcados por la destrucción sufrida durante la Segunda Guerra Mundial, la mutilación de sus colecciones y el desprestigio a causa de su uso ideológico, continuaban su lenta reconstrucción basada generalmente en conceptos museísticos desfasados. El público prefería refugiarse en actividades mucho más creativas y atractivas como el teatro, la literatura y sobre todo el cine que en los museos.Pierre Bourdieu denunciaba en “L’amour de l’art”, la orientación elitista de estas instituciones, inaceptable en una sociedad que defiende los valores democráticos. Proyectos innovadores como la documenta Kassel surgida en 1955 y algunas valientes iniciativas sin apoyo institucional de los propios artistas son apenas una excepción. El caso español sumido en plena dictadura era aún más desalentador. Superada la «rabia antimoderna» del régimen se simuló cierto aperturismo fomentando la participación de jóvenes artistas de vanguardia en Bienales y Exposiciones Internacionales, lo que contrastaba con la indiferencia que encontraban de puertas para adentro, donde no se organizaban exposiciones, ni se adquirían obras, ni se hacía nada por dar a conocer las nuevas tendencias.
Fue a raíz de la exposición “La Nueva Pintura Americana” organizada con fondos del MoMA en Madrid, que se inician las negociaciones para realizar una exposición de arte abstracto español en la sede del museo en Nueva York. Simultáneamente el Guggenheim Museum se plantea otra muestra que incluiría mayor número de artistas que la del MoMA. En junio de 1960 con un día de diferencia se inauguran ambas exposiciones en la Gran Manzana. New Spanish Painting and Sculpture ocupó las salas de la primera planta del MoMA. Para esta muestra se habían pintado las paredes de gris oscuro; los techos no muy altos y una luz de intensidad moderada conferían a las obras un aire melancólico, a veces siniestro. Por el contrario, en Before Picasso, After Miro las pinturas colgaban sobre las paredes blancas y bien iluminadas de la rampa central del Guggenheim. La prensa neoyorquina recibió con entusiasmo la inauguración de las dos exposiciones de artistas españoles: Canogar, Chillida, Millares, Rivera, Saura, Tàpies, Viola,… y Zóbel.
Pintor, coleccionista y filántropo, Fernando Zóbel nació en Manila en 1924 en el seno de una familia acomodada de origen español. Estudió Filosofía y Letras en Harvard. Viaja frecuentemente a España hasta que acaba instalándose definitivamente en 1961. El contacto con los artistas españoles va a ser determinante en su vida. Desde su llegada consciente del valor artístico de la pintura abstracta española equiparable al informalismo europeo o al expresionismo abstracto neoyorquino comienza una arriesgada y prestigiosa colección de arte contemporáneo. Conforme su colección crece, Zóbel incomodo por tener que mostrar constantemente las obras en su propia casa considera conveniente encontrar un lugar más grande donde recibir a otros artistas y que en el futuro podría convertirse en un museo. Descartado Madrid hace varios viajes con Gerardo Rueda a Toledo. Sin embargo será Gustavo Torner, natural de Cuenca, quien al conocer el proyecto durante una famosa cena con otros artistas, le propondrá esta pequeña ciudad de provincias. En ese momento el casco antiguo de Cuenca estaba muy despoblado y las casas se vendían por precios ridículos. Cuando Torner pregunta al teniente alcalde si el Ayuntamiento tiene alguna casa en venta, este le responde que ya no pero que en ese momento se estaban restaurando las Casas Colgadas por una cuestión de paisaje pero sin saber muy bien que hacer dentro. La idea de un museo le entusiasma: «…dile a tu amigo que venga». Torner telefonea inmediatamente a Zóbel y le cuenta que el Ayuntamiento le cede para su proyecto las Casas Colgadas “que no son ningún palacio pero son lo más representativo de la ciudad”. A lo que en un primer momento le respondería: «Y a mí, ¿qué se me ha perdido en Cuenca?».
Lo excepcional de este museo es que fue pensado, diseñado y realizado por artistas. Un sueño de amigos con una inquietud común. Debía ser exquisito dentro de la pobreza, sin ostentación, pero con todo el refinamiento posible. El edificio, su fisonomía y características de casa popular debería conservarse en la medida de lo posible para que conviviese con el arte más moderno. La sala principal, recuerda Torner, estaba ruinosa: «El techo ese de vigas de madera, todo eso estaba ya así: después supuso una lucha tremenda para que no lo demoliesen, porque, claro, los albañiles lo que querían era hundir aquel lío de maderas y hacerlo nuevo, pero veíamos que eso tenia sentido dejarlo». La escala domestica le confirió un carácter intimo nada pretencioso. El paisaje que se cuela por las ventanas persigue la fusión entre experiencia artística y sentimiento de la naturaleza. El resultado era insólito. El expresionismo figurativo de Saura, los luminosos grafismos de Mompó, las composiciones modulares de Rueda, los vibrantes colores de Guerrero, la abstracción matérica de Tàpies o las trágicas arpilleras de Millares, fueron ocupando las paredes. Las obras no seguían un criterio cronológico, no había explicaciones, los cuadros se organizaron por criterios estéticos e incluso algunas obras se crearon ex proceso para el lugar. En ningún momento se pretendió que éste fuera un espacio de demostraciones y certezas absolutas y sin embargo estaba lleno de «intención».

Dcha. Inauguración del Museo el 1 de Julio de 1966. Izq. Noticia de la inauguración aparecida en un medio de prensa internacional.
No hubo inauguración oficial. El 30 de junio de 1966, el museo abrió sus puertas con una pequeña parte de la colección, unas cuarenta obras. A los asistentes se les pidió que comprasen su entrada y así en una celebración informal y amigable, con champán francés y langostinos, arrancó el que sería el primer museo español de arte moderno. Qué esta tenia que ser una institución viva se visibilizó en su enorme biblioteca o en el taller de grabado que ayudo a divulgar el arte abstracto y a fomentar el auge de la obra grafica en nuestro país. Desde el primer momento la vida comenzó a bullir alredor del museo y la pequeña capital se convirtió en un lugar cosmopolita y abierto. Quizás este fue uno de los secretos de la buena reputación del mismo. Periódicos internacionales y revistas especializadas ensalzaron no sólo las obras expuestas, sino un exquisito museo concebido como una obra de arte en sí mismo. Cuando Alfred H. Barr, fundador y primer director del MoMA, lo visitó en 1967 lo describiría como «el pequeño museo más bello del mundo».
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«Colgados de un sueño» es un documental del realizador Antonio Pérez Molero que cuenta la pericia humana que supuso la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y el valor humano de su fundador Fernando Zóbel, a través del testimonio de artistas, amigos y vecinos de Cuenca. El hilo narrativo lo constituyen los diarios personales de Zóbel, junto con los innumerables dibujos y divertidas caricaturas que el pintor realizó durante toda su vida. Que el museo transformó definitivamente esta pequeña ciudad es hoy incuestionable, pero quizás el valor principal de este filme, nos explica el director, es que pone de manifiesto el valor del arte y la cultura en nuestra sociedad, un valor seriamente cuestionado en nuestros días desde la necesidad de recortes presupuestarios, que parecen tomar a la cultura y el arte como lujos prescindibles.
– tráiler