“Nada es más dulce que saberlo todo”, esta frase de Platón ha sido el primer apunte que sirvió al director de la Bienal de Venecia 2013 Massimiliano Gioni (40 años) para llegar hasta su “Palacio enciclopédico”.
Su proyecto de comisariado de la exposición internacional descansa en dos pilares fundamentales como son el enigmático Libro Rojo de Jung, ejercicio de imaginación activa como análisis del subconsciente y el proyecto ideal que presentó Marino Auriti en 1955, un edificio de 136 plantas que se convirtiera en el hogar de todo el saber de la humanidad, en un deseo por unir el individuo con el todo que le rodea. Su mensaje se mueve en torno al delirio de conocimiento, basándose en la información que nos llega a través de los sueños, alucinaciones o visiones como imágenes interiores y que Gioni pone en conflicto con aquellas que nos rodean cada día y que tratan de dirigir ese engranaje intangible interno para indicar qué, cómo, cuándo y por qué pensar.
Frente a este diluvio de manifestaciones, Massimiliano Gioni sugiere la necesidad de estructurar y reflexionar acerca de nuestro mundo y dar forma a nuestra experiencia, alcanzar un dominio del imaginario colectivo, conocer y analizar la función de la imaginación para conseguir ser nosotros mismos los que dirijamos esos mensajes.
La elección del tema ha sido muy alabada al suponer un punto de inflexión en la relación obra-visitante muy adecuado en tiempos de sobreinformación, ya que con las nuevas tecnologías reunir todo el saber sería incluso factible, pero hay un elemento sobre el que se puede tener menor dominio y que se debería explotar: el poder de la imaginación y la capacidad de soñar.
El empleo de artistas consolidados como Cindy Sherman, Paul Mc Carthy o Bruce Nauman, las propuestas sorprendentes como la sala donde pasean los “venetians” de Pawel Althamer, el “león de plata” Camille Henrot y su proyecto sobre las teorías del universo, el espacio circular donde aparece el Génesis de Robert Crumb en versión cómic, el proyecto sobre los sueños de las presidiarias en la cárcel de mujeres de la joven artista Rossella Biscotti o las esculturas de animales imposibles del artista autista Schinichi Sawada son algunas de las innumerables imágenes que se nos quedan al visitar el arsenal, pasadizo de escultura, pintura, fotografía, instalaciones y videos que forma la primera parte de la propuesta del joven comisario.
La segunda se desarrolla en el Pabellón Bienal de los Giardini donde nos recibe el Libro Rojo de Jung, en un ambiente casi sacro bajo una solemne bóveda que contrasta con la distribución más caótica de las obras en el espacio restante. Las pinturas tántricas del americano Ron Nagle, un video con artistas ciegos de Artur Zmijewski o el francés Agustín Lesage, que guiado por espíritus presenta sus pinturas, son algunos ejemplos que el visitante puede apreciar en un entresijo de salas y pasillos. En la sala central encontramos la performance del discutido León de Oro al artista individual Tino Shegal, muy cerca de los Leones de Oro a la carrera de la austríaca Maria Lassnig y la italiana Marisa Merz, que nos invaden con unas obras impactantes en las que la primera asegura conocerse a sí misma a través de la pintura y el arte povera de la turinesa se transforma en una reflexión obsesiva del rostro y el autorretrato con un mensaje directo y punzante.

Marino Auriti, Proyecto Palacio Enciclopedico. Pawel Althamer, Venetians. Pinturas Tántricas, Ron Nagle.
El proyecto expositivo global del Massimiliano Gioni ha sido elogiado por su impoluto montaje y cuidado del detalle, pero se ha echado de menos la belleza de lo imperfecto, sobretodo en la sede del Arsenal que el arquitecto Annabelle Selldorf ha cubierto con paredes de cartón yeso y el blanco ha escondido el encanto del ladrillo de las antiguas fábricas de cuerdas y construcción de naves del siglo XVI. Como decía el crítico de arte Vittorio Sgarbi “esta bienal es como entrar en un salón de personas educadas y de bien”.
En esta exposición internacional que abarca miles de metros cuadrados de superficie – desde el 1998 complemento de los pabellones nacionales – se realiza un paseo por todo el siglo XX hasta la actualidad con la aparición novedosa de hasta 150 artistas de 38 países entre vivos, fallecidos, profesionales, amateurs, estudiosos, autodidactas, filósofos, santones, visionarios e incluso autistas, en un recorrido en el que se intenta conciliar al individuo con el colectivo y la cultura de su tiempo, lo particular con lo general, para responder a la pregunta: ¿Cuál es el mundo de los artistas?. Esta unión del pasado y el presente homogeneiza el mensaje global que presenta el comisario y como dice Paolo Baratta, Presidente de la Bienal de Venecia, esta exposición pretende “revalorizar la capacidad del artista a transmitir a través de un túnel entre las imágenes cotidianas y el arte”, en definitiva romper el aislamiento con el arte contemporáneo.
Este diálogo lineal entre el individuo y el colectivo camina en paralelo al mensaje de los pabellones nacionales, que además de los históricos pabellones de los Giardini, siguen en continuo crecimiento y expansión por toda la ciudad de Venecia abriendo puertas de palacios venecianos, normalmente cerrados o en desuso, que sirven de marco impagable a casi 90 exposiciones y 47 eventos colaterales. A esta explosión artística se unen los museos y las fundaciones que aprovechan la semana de la Vernissage para realizar fiestas e inauguraciones que son un alarde de glamour y completan, junto a la participación indirecta de potentes galerías internacionales, el escaparate del arte a nivel mundial.
Pasear por Venecia durante la bienal puede regalar sorpresas como el Palacio Mora y su exposición de la fundación china Global Art Center, que presenta las reflexiones sobre la cultura ancestral en la escultura de Li Xiangoun, las pinceladas perfectas de Zhang Kai o la fuerza en los lienzos de Shang Yang. El Pabellón de Nueva Zelanda en el Istituto di Santa Maria della Pieta’ en cambio invita a disfrutar de las composiciones de neón de Bill Culbert, o bien un itinerario entre la Giudecca, los Giardini y la iglesia de San Antonin permite contemplar las 3 exposiciones sobre Ai Weiwei. Cada esquina o callejuela puede ser una oportunidad para darse cuenta que la ciudad respira arte.
En los Giardini destacan Alemania con una instalación explosiva de Ai Weiwei y Francia con videos inspirados en Ravel de Anri Sala, la sorprendente evocación del mito de Danae por Zakharov en el pabellón ruso así como Stefanos Tsivopoulos y sus 3 filmaciones bajo el título “El dinero no lo es todo” como una concienciación de la crisis actual en Grecia. El pabellón español aboga por el mensaje directo de Lara Almarcegui, que combina una instalación donde el propio edificio interactúa con sus materiales, propuesta arriesgada y de impacto como la que utilizó Santiago Sierra en este mismo contexto hace diez años. Israel, Estados Unidos, Polonia y un largo etcétera hasta llegar a Angola, León de Oro a la mejor participación nacional con una obra de Edson Chagas, componen el espectro heterogéneo que representa la mentalidad global pero a la vez conserva el espíritu de identidades nacionales y el respeto por la cultura e idiosincrasia de cada país.
En esta bienal Massimiliano Gioni ha intentado llevar a cabo el proyecto irrealizable de Mariano Auriti, un Palacio Enciclopédico de ideas, una invitación a saber, a conocer, a estudiar mirando al interior de cada persona a través de los ojos de los artistas.
La Bienal de Arte sigue creciendo y siendo un punto y seguido en el arte contemporáneo, haciendo un guiño al futuro en una ciudad muy aferrada a sus tradiciones donde, desde hace más de cien años, este evento se ha convertido sin ninguna duda en una de ellas.