Paul Gauguin. Vegetación tropical

Paul Gauguin. Vegetación tropical

En junio de 1887 un aventurero Gauguin llegaba a Martinica desde el puerto de Colón en Panamá. Lo acompañaba otro pintor y amigo, Charles Laval, quien también había estado junto a él durante la breve estancia en el país centroamericano. Parte de la motivación para aventurarse hacia regiones remotas y hostiles -sobre todo por la climatología- era económica, pero también un deseo de búsqueda de lo desconocido que ya había comenzado en sus estancias en Bretaña, donde había descubierto una sociedad menos civilizada que la parisina. Gauguin pensaba que en Martinica encontraría un paraíso terrenal, una cultura genuina apenas transformada por el colonizador europeo y los vicios de una Europa que tachaba de decadente. «Lo que más deseo es huir de París que es un desierto para el hombre pobre.  Me voy a vivir a Panamá como un salvaje».

Todos tenemos una Arcadia, una Shangri-La soñada, un lugar que al menos en nuestra imaginación sirve para evadirnos y aceptar la cotidianidad, la falta de emociones y aventuras diarias, el irremediable paso del tiempo y con él de nuestras vidas. Y el conflicto entre deseo y realidad crece cuando no nos conformamos con soñar sino que emprendemos una interminable búsqueda de ese lugar ansiado, de esa irrealidad.
Gauguin había nacido en 1848, año marcado por revoluciones en Europa con vistas a cortar de raíz los ecos que quedaban de monarquías absolutistas. Debido a la profesión y orientación política de su progenitor, periodista y republicano, con apenas un año de edad parte con sus padres y su hermana hacia Perú, la primera tierra prometida que conocerá. El destino elegido, Perú, es el país de origen de la familia materna. La travesía en barco es larga y trágica, su padre no llega a sobrevivirla y hay que enterrarlo en una parada en el camino. Los primeros años de Gauguin en Perú definirán su concepto de salvaje, de vivir como un salvaje. Esta idea lo acompañará toda su vida, como bien le escribe a su esposa Mette: «He de recordarte que hay dos naturalezas en mí: la india y la sensitiva. La sensitiva ha desaparecido, lo que permite a la india marchar recto y con firmeza».
Consciente de todo aquello el pintor necesitaba alejarse no sólo física sino también mentalmente de su realidad inmediata. Había dejado a su mujer e hijos en Dinamarca y recién empezaba su largo peregrinaje en busca de un paraíso perdido.
En Martinica alquilará con Laval una choza en las inmediaciones de Saint-Pierre, la entonces capital de la isla. Allí será donde Gauguin experimente por primera vez la sensación de estar en contacto con algo exótico que lo mantiene fascinado durante las primeras semanas. En una carta a Mette, su esposa, Gauguin expresa sus deseos de conocer la vida en las colonias francesas, se encuentra entusiasmado y ese entusiasmo se nota en una docena de obras que pintará en la isla, en la cual viajará bastante y conocerá de cerca la colonia de coulis -inmigrantes indios-. Este contacto con los indios de Martinica explica la incorporación de símbolos del hinduismo en su obra, no sólo en la pintura sino también en la escultura.
En obras como Vegetación Tropical, Borde del Mar o Recolectoras de Mango, el pintor se maravilla ante la exuberancia de la naturaleza martiniqueña y las costumbres de la isla.

Paul Gauguin. Borde del mar. 1887.

Paul Gauguin. Borde del mar. 1887.

La composición y factura -con la innegable influencia de Cézanne y de Pisarro- reflejan el vivo colorido y la luminosidad del Caribe aunque ya se anticipan ciertas características que se repiten en su pintura posterior, la estructuración de los personajes que aparecen como meros espectadores de la escena. Aún postimpresionista y a pesar del colorido naturalista que todavía domina sus cuadros las gradaciones escasean, el uso de un color plano se va haciendo cada vez más evidente en su obra así como también su predilección por el cloisonismo que tendrá su apoteosis un año más tarde.
Pero la etapa antillana de Gauguin apenas durará 4 meses. Lo que en un principio era pintoresco e inspirador se convirtió poco a poco en un calvario. La choza en la que los pintores vivían se mojaba con las lluvias, los mosquitos campaban a sus anchas y Gauguin enfermará de malaria y sufrirá una disentería que lo mantendrá debilitado. Con apenas recursos con los que volver los dos artistas se embarcan hacia Francia. Pero de su época martiniqueña queda el germen de lo que vendrá después en Pont Aven y sobre todo en la Polinesia. «La experiencia que he tenido en la Martinica ha sido decisiva. Solamente allí me he sentido verdaderamente yo mismo, y hay que buscarme en las obras que traje de allí , más que en las que traje de Bretaña, si se quiere saber quién soy».