Frenesí y sobreinformación, un mundo globalizado bajo el imperio de la economía que, en este último lustro, ha sufrido una crisis que ha zarandeado los cimientos de la sociedad que conocemos. Esto ha llevado a la decadencia de recursos de las tradicionalmente consideradas potencias y el resurgir de nuevas alternativas, que habían permanecido en letargo durante demasiado tiempo, y es sinónimo de unos cambios que se predecían desde los últimos decenios del siglo pasado.
El arte, reflejo por idiosincrasia de la sociedad en la que vive, ha viajado en paralelo a la oferta y la demanda durante toda su historia respetando los roles entre artista, obra y mercado. A principios del siglo pasado La Fuente de Duchamp y su descontextualización de las obras de arte, fueron el primer paso que descolocó este equilibrio y dio pie a múltiples reinterpretaciones artísticas. Andy Warhol y el pop art de los 60 y 70, impulsaron el icono y la producción en serie, donde el artista ya no era un personaje solitario e inmerso en su mundo, sino una figura reconocible y parangonada a las estrellas del rock o del celuloide. Este excentricismo selló al artista como una marca, situándolo por delante incluso de sus creaciones, y creó un vínculo más fuerte entre arte e inversión alejándolo del público.
Con este desafío al orden establecido, se instituyó un precedente del que saldrían figuras como Jeff Koons, Keith Haring o Maurizio Cattelan entre muchos otros. El desequilibrio se vio acentuado en septiembre de 2008, cuando el británico Damien Hirst subastó en Sotheby´s 233 obras directamente sin intermediarios, por valor de 111 millones de libras y se convirtió en el artista más rico del mundo. Los artistas adquieren credibilidad en el mercado museístico e institucional, sólo tras un primer paso con éxito por las casas de subastas y en las ferias de arte.
Aparecen más ferias, bienales y subastas. El mercado influye en las valoraciones de algunos críticos y visionarios a nivel comercial, que son los que deciden lo que puede o no puede valer según criterios totalmente variables y según la moda. Esto siembra la duda acerca de la utilidad de la crítica, en ocasiones interesada, ya que la relación entre el valor monetario y su correspondiente artístico es directamente proporcional. La obra como mercancía y los textos críticos, junto a las paredes del museo o galería que las envolvían, servían de pasaporte a la hora de clasificar las obras como arte.
Sotheby´s, Christie´s y Bonhams, entre otras casas de subastas de Londres, se frotan las manos cuando, ya desde el 2007, el arte contemporáneo supera en ventas a los impresionistas y el arte antiguo. Al ser un reflejo público de seguridad, objetividad y fiabilidad, consolidan su relación con los museos e instituciones.
Los galeristas por su parte se convierten en empresarios que trabajan con artistas consolidados y a la búsqueda de nuevos talentos, mientras la figura del coleccionista adquiere su propio protagonismo al estar mucho más preparado, y ser más exigente y crítico frente a los devenires del arte contemporáneo. Los bancos, por su parte, ven la inversión en este segmento como un bien de valor seguro y esto conduce a la especulación y a un movimiento flexible del mercado, que se abre a las nuevas expectativas en oriente y Sudamérica, donde también adquieren influencia artistas contemporáneos como el japonés Takashi Murakami, el mexicano Gabriel Orozco o el revolucionario artista chino Ai Wei Wei entre muchos ottos.
Junto a esta vorágine mercantil de valores estéticos y financieros se mueve una tendencia que corre el riesgo de substituir el concepto como soberano por el cinismo, para inserirse dentro de la cultura del espectáculo, de la broma constante y desmarcarse de la validez cultural presente teóricamente en su ADN. Precisamente la presencia de la publicidad y el corporativismo, junto al todo vale, el mensaje directo y el confundir impacto con novedad, han conseguido alejar al espectador de los museos de arte contemporáneo, perderle el respeto al trabajo artístico y crear un esnobismo que escuda sus verdaderas carencias sin potenciar sus innegables méritos.
Es erróneo, por otra parte, caer en la banalidad de anclar la mente en la concepción de arte que se tenía siglos atrás donde la estética premia sobre el juicio crítico, en un primer estrato. El espectador de arte no especializado tiene que intentar educar la vista y alimentar la mente, para poder distinguir el arte de la charlatanería. Descalificarlo es la vía fácil, forma parte de la cultura de la inmediatez y el mínimo esfuerzo a la que nos condena la sociedad, sin dar una segunda oportunidad. Detenerse en una reflexión pausada que nos lleve a percibir las sensaciones y aislarse de los prejuicios y contextos, nos permite disfrutar de la experiencia para emitir un juicio de valor – que no necesariamente va ligado al gusto – desde la información, sin caer en la impureza del dictamen fundado desde la base de una formación cultural heterogénea. El arte bello de siglos anteriores es aceptado probablemente por una cuestión de educación estética y visual por todo tipo de espectador, pero no se llega, sin la necesaria preparación y estudio, a reconocer todos los símbolos, la disposición de los elementos en la obra o el contexto histórico que la envuelve, aunque parezca de simple análisis a priori. Sin embargo no se pone en duda su valor artístico porque el prejuicio estético es tendencialmente positivo, y porque es diferente ver las obras con la perspectiva atenuadora del paso del tiempo.
El arte contemporáneo, entendido como el arte actual sin el colchón temporal que atenúa el impacto, sigue a pesar de todo con paso firme su andadura, la pintura se reinventa cada vez a sí misma, la fotografía y los medios audiovisuales evolucionan en método y mensaje junto a la escultura y la arquitectura que parecen no tener límites. Nunca faltarán cosas por las que luchar, reivindicaciones y protestas que realizar o simplemente belleza que modelar. Porque las barreras es la humanidad la que las levanta y las derriba, ese es el verdadero progreso y el arte siempre seguirá ahí presente.