Luces que se encienden y se apagan, una cama deshecha, un ternero y una vaca diseccionados, esculturas de voz, murales efímeros. “Is this really art?”. Esta pregunta es el fuego que alimenta la polémica en los premios Turner, los más controvertidos del Reino Unido, y es la eterna cuestión que acompaña el arte contemporáneo desde que el concepto tomó el mismo protagonismo que el proceso o las aptitudes prácticas, cuando el arte tendió hacia un mensaje más elitista y menos intuitivo, y la belleza o la repulsión no respondían a ésta simple cuestión.
El espíritu controvertido y avanzado a su tiempo del artista británico William Turner (1775 – 1851) sirvió como fuente de inspiración al grupo “Patrons of New Art”, instituido por la Tate Britain en 1982 para crear dos años más tarde, un galardón anual que sirviera de bastón para “fomentar un mayor interés en el arte contemporáneo, premiando al artista menor de cincuenta años, que ha contribuido de una manera más notable al arte contemporáneo en el Reino Unido durante los doce meses precedentes”.
A través de todos estos años, los premios Turner han sido una montaña rusa de emociones, rodeados constantemente de polémica con la finalidad latente de acercar al público las tendencias del arte contemporáneo británico.
La opinión de los visitantes y público en general se convierte en un puntal básico: revistas especializadas, diarios e incluso una estancia en la exposición a partir de la edición del 2002, recogen las impresiones acerca de los finalistas, orientando a la prensa y las casas de apuestas acerca del posible ganador. En diciembre, con una ceremonia televisada en el Channel 4, se conoce la decisión del jurado y se pone en marcha el mecanismo social de réplicas, discusiones, críticas que han convertido este galardón además de uno de los más prestigiosos de las Islas Británicas, seguramente en el de mayor eco social. Todo este tornado mediático que rodea los premios Turner, junto a la credibilidad que le dan algunas figuras del mundo artístico, como el mismo director de la Tate Nicholas Serota siendo presidente del jurado, hacen que los finalistas experimenten un cambio radical en su carrera. Los premios Turner les permiten ponerse en primera fila del mercado artístico y aseguran una promoción impagable. Conseguirlo, sin embargo, no siempre ha sido sinónimo de consolidación artística, ya que la suerte de los participantes ha sido desigual en cuanto a reconocimiento y continuidad, quedando en el olvido muchos de ellos, pasados unos años. En esta ocasión, que no pasará a la historia por su impacto social y propuestas atrevidas, la galardonada contra pronóstico fue la británica Elizabeth Price.
Su proyección, marcada al ritmo del sonido de una cámara de fotos al disparar, evocaba la compleja relación entre los objetos y la cultura consumista utilizando referencias como la arquitectura gótica de una iglesia, un grupo femenino inglés de los años 60 y el incendio que costó la vida a 10 personas en un centro comercial en Manchester.
La exposición presentada en la Tate Britain acogía además las esculturas en mármol creadas por el favorito en las apuestas Paul Noble, como realidades tangibles de su metrópolis imaginaria: Nobson Newtown. Un mundo de detalles y geometría se encontraban en sus dibujos monumentales y su enigmático mensaje.La irrealidad se esfumaba sumergiéndose en la obra realista y cruda del escocés Luke Fowler, que exploraba en un vídeo la vida y el trabajo del psiquiatra escocés R. D. Laing, junto a los cambios que se producen entre el individuo y la sociedad a través del tiempo. Spartacus Chetwynd completaba el repertorio de finalistas, con una impactante escenografía que trasportaba al espectador a una esfera surrealista con sus danzas, disfraces, música, y guiñoles.
El pasado 6 de enero ésta edición cerró sus puertas y comienza un nuevo reto, una invitación a seguir la estela de los artistas anteriores, presentes y futuros, sintiendo como propio el palpito del arte contemporáneo.