Hay pocas películas recientes que reflejen tal sensibilidad visual de su autor como Tabú (2012)
del portugués Miguel Gomes, estrenada este mes de febrero en la Filmoteca de Valencia.
Siguiendo los pasos de Godard, Truffaut y otros representantes de la Nouvelle Vague, Gomes
es un crítico cinematográfico convertido en director, que combina unas referencias a la historia
del cine con un realismo subjetivo para crear algo nuevo que parte del pasado, pero habla del
presente.
Tabú está dividida en dos partes, o tres si incluimos el enigmático prólogo cuasi etnográfico. La
primera mitad (Paraíso Perdido) se desarrolla en la Lisboa contemporánea, presentada en
luminosa fotografía en blanco y negro como una ciudad de las almas a la deriva. El triángulo que
se desarrolla entre las tres mujeres la católica devota Pilar, la anciana impulsiva Aurora y la
criada africana Santa combina el humor de Jim Jarmusch con la ternura de Aki Kaurismäki. En
la segunda mitad (Paraíso) la historia se desvía en un flashback a África colonial en un cuento
pasional sobre el amour fou, los impulsos fatales y la pérdida.
Fruto de su pasado como crítico, la obra de Miguel Gomes es un homenaje al cine y una
metapelícula sobre él. Tabú constituye no sólo una referencia al título de la última obra de FW
Murnau (1931). Ambas se dividen en dos capítulos, uno que representa una versión del paraíso
y otro después de su pérdida. Ambas hablan de la naturaleza y el colonialismo, el deseo y el
cuerpo, ambas se basan en un exotismo e introducen un elemento kitsch. Pero las referencias
a Murnau no acaban allí. El propio nombre de la protagonista, Aurora, alude a Amanecer (1927).
Tabú es una película de un cinéfilo obsesivo, un hijo de JeanLuc Godard, con guiños a
Memorias de África (Sydney Pollack, 1985) o Cocodrilo Dundee ( Peter Faiman, 1986). Al igual
que el canadiense Guy Maddin, Gomes aprovecha la estética vanguardista inspirada en el cine
mudo para abordar la temática moderna psicológica, social y sexual. Y al igual que el tailandés
Apichatpong Weerasethakul, el director portugués utiliza el lenguaje cinematográfico para
capturar el realismo mágico de la relación del hombre y la naturaleza.
Y, sin embargo, Tabú logra trascender sus numerosas influencias y referencias formales. La
película no se reduce a un ejercicio formalista postmoderno. Gomes hechiza al público no a
través de homenajes directos sino a través de una inmersión en la historia del cine, tejiendo un
relato en dos partes que examina el amor fou, la soledad y el poder de la memoria. En el primer
acto, Gomes sutilmente introduce los temas del aislamiento, el arrepentimiento, la identidad, la
dicotomía del sueño y la realidad. Mientras Tabú se sumerge en el pasado, la imagen adquiere
un grano que alude a la nostalgia del pasado perdido. El director examina nuestra relación con la
memoria, la idealización del tiempo perdido y cómo el pasado adquiere un atractivo especial
cuando se filtra a través de nuestra percepción. Tabú habla principalmente sobre esta esencia
de la imaginación y la memoria.
Reflejo de su admiración por el cine clásico, Tabú está filmada por el director de fotografía Rui
Poças en blanco y negro en 35mm (Paraíso Perdido) y 16mm (Paraíso), con un aire modernista
que recuerda la estética de la década de 1920. El grano, la neblina de la imagen de la segunda
parte le conceden un aire del realismo mágico, de un sueño lúcido. Para reforzar este carácter
ensoñador, Gomes sitúa numerosos filtros entre la historia y el espectador, entre ellos la
narración en off y la falta total de diálogo diegético, consiguiendo así una película a la vez clásica
y vanguardista. A través del rico y complejo sonido interludios musicales de canciones de los
1960 (una clara referencia al cine de Aki Kaurismäki), canciones africanas, sonidos de la
naturaleza, del agua y el viento Gomes transmite emociones complejas, reforzadas por un
sutil simbolismo y unas imágenes que incorporan el estilo del cine mudo, pero mantienen su
identidad propia y un aire surreal.
A simple vista, Tabú podría recordar a The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) o Blancanieves (Pablo Berger, 2012), pero estas comparaciones se quedarían cortas. A diferencia de estos ejemplos recientes, la obra de Miguel Gomes no parodia al cine mudo, intentando copiar sus claves narrativas y formales, sino capta su espíritu. Mientras The Artist rinde homenaje a los elementos superficiales del cine antiguo, Tabú tiene un enfoque más sutil, logrando capturar el alma del cine puro.
Una densa historia de amor condenado y la culpa colonial, una reflexión sobre la estética del cine, Tabú es una película profundamente emotiva y desgarradora, depresiva y encantadora como su protagonista femenina. Es una joya excéntrica, inocente y profundamente divertida.