Una vez, en un estridente bar de Rennes, discutía con mi amigo la esencia del viaje ¿Cuál es el sentido último del cambiar de lugar? ¿Desde qué perspectiva podemos abordarlo en nuestra contemporaneidad? En una sociedad en la que encuentras todo al alcance de un click y millones de experiencias son repetidas sin tener que salir de tu sofá… ¿Qué sentido tiene realmente el viajar?
Yo defendía la postura de que el viaje es básicamente un escape, una evasión. Intercambiamos lugares porque no queremos estar. Una vez que el viajero sale de casa, nunca regresa igual: entra en un ciclo absorbente en el que los lugares ya no son tolerables y las relaciones con los demás se vuelven cada vez más esporádicas. Desde esta perspectiva, no importa cuantos exóticos lugares visites, cada uno de ellos será idéntico al anterior.
Viajar es huir con la intención de olvidar, pero mientras ese viaje dura, difícilmente podrás olvidar. Un poco lo que le pasa a los protagonistas de las road movies de Wim Wenders, que de tanto que evaden terminan siendo evadidos
http://www.youtube.com/watch?v=rEfFMLc-Rww
Mi amigo entonces vino con la idea de que el viaje es también una conquista. Una forma de probarse a si mismo, un reto que hay que completar. Y sí, de ejemplos están colmados los estantes en las bibliotecas: desde Ulises hasta Vila-Matas, pasando por Marco Polo y Jack London. La sed de viajar ha sido alimentada también por el deseo de poseer trofeos que de alguna manera le darán a uno reconocimiento y valía ante los demás.
Y si, el viaje también puede ser percibido desde es nefasto punto de vista. Durante mucho tiempo, los británicos anunciaban Australia como un destino para ejercer su turismo imperial en la que celebraban su ‘descubrimiento’ y anexión territorial. Durante mucho tiempo, escritores y artistas fueron llamados para reproducir historias de exploración, peligro y sometimiento de la vida salvaje y hostil que identificaba aquellas tierras. El mismo recurso utilizó Hernán Cortés ante los reyes de España para describir el nuevo mundo que estaba descubriendo. Y lo curioso es que esas percepciones continúan hasta nuestros días (Tin Tin, anyone?): visitantes de países exóticos siguen persiguiendo los mismos estereotipos, lo cual repercute, por supuesto, en la vida de sus habitantes. Numerosos conceptos como slum-tourism o incluso el narcoturismo no son más que una manera de seguir ejerciendo control sobre poblaciones que luchan por sobrevivir.
Durante ese proceso de apropiación, muchas cosas pasaron. Por ejemplo Italia, que durante siglos fue el destino turístico por antonomasia. Numerosos artistas y aristócratas emprendían incómodas caravanas que duraban meses para llegar a las tierras que les brindarían bienestar. Muy pronto, los suizos se dieron cuenta de que todos pasaban por sus tierras para llegar al sur, pero nadie se quedaba. Entonces, utilizaron una agresiva campaña de publicidad para ensalzar las montañas como una destinación propicia para la contemplación y los deportes extremos. Y así, nació otra atracción turística. Muy pocos se detienen a pensar en la importancia del arte como generador de una industria y una identidad como país.
Por supuesto, hay distintos tipos de viaje, pero en este caso nos referimos tan sólo al desplazamiento físico… Viajar forma parte indispensable de nuestras vidas (los veranos los relaciona uno inevitablemente con la playa), y sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar el alcance que estas acciones tienen también en la vida de los demás.
En un artículo reciente del New York Times, la autora menciona las reacciones no tan benévolas de los ya de por si poco amables parisinos. La ciudad es la destinación preferida por los turistas y, con el creciente desempleo, sus habitantes tienen pocas opciones que tratar de sacar provecho a las oleadas de extranjeros ¿Podrá el dinero someter la tradicional arrogancia de los capitalinos? ¿A qué costo? La ciudad de Paris acaba de publicar un librito llamado “Do you speak touriste?” como una forma de educar a los prestadores de servicios a lidiar con otras nacionalidades. La compilación termina siendo una divertida colección de estereotipos que refleja más bien la percepción que los parisinos tienen de sí mismos.
Pareciera una maldición… muchos se refieren a ella como la venganza de los colonizados: las ciudades europeas se plagan de turistas con calcetas y sandalias, y muchos de ellos vienen para quedarse, lo que provoca un refuerzo en las políticas de frontera (por cierto, los invito a leer un cómic que hice al respecto). En el Louvre hay incluso un letrero escrito en chino, que recuerda a los visitantes de aquella nación que está prohibido orinar y defecar en dónde ellos quieran.
Y es que la amenaza no es para menos. La vivimos en México con los spring-breakers, la viven los pocos venecianos que quedan, los argentinos cuando llegan los cruceros, o los residentes de Praga cuando tratan de ir al mercado. Ciudades enteras como Dubrovnik corren el peligro de quedarse sin habitantes debido a la enorme cantidad de turistas que requieren alojamiento.
Y yo me pregunto si este deseo por conocer no se ha salido ya de control… Entiendo que las personas quieran repetir experiencias que han visto o escuchado en filmes o en televisión. Pero ¿no se dan cuenta de que ese lugar es también una ilusión? ¿A dónde van a parar los millones de fotos de los mismos objetos que a diario se toman? Sólo puedo pensar en las yuxtaposiciones creadas por Corinne Vionnet: las ciudades ya no son lo que pensamos… ahora son agónicos enfermos que se revuelcan en viejos estereotipos. Y nosotros los turistas, somos la plaga necesaria.