Máscara Graffiti Brassai

Brassai graffiti. Cortesía de tectonicablog.com

Comenzar algo es siempre emocionante: la ilusión de lo desconocido, la inexperiencia, la percepción alterada. Siempre que empiezo algo que rompe con mi propia realidad me pregunto ¿Por qué no podemos hacer de cada nuevo descubrimiento una excusa para sorprendernos? ¿Cuánto tiempo pasará antes de volver otra vez a la misma aburrida rutina, la sucesión de trucos que hacen todo más fácil? ¿No podríamos hacer en cada viaje una tabula rasa con nuestras huellas?
Aprendí de artistas y escritores mexicanos de los sesenta (que a su vez lo aprendieron de sus influencias francesas) que la perpetuación de la cultura radica en su propia destrucción. Así lo entiendo yo: una vez que intentas definir algo, lo atrapas en una jaula de palabras y es necesario volver a empezar. Incluso aquellos que luchan en contra del sistema terminan absorbidos por el mismo, y no se salvan ni los espontáneos ni los inalcanzables.

Nada dura para siempre y mucho menos, la cultura que ayudamos a producir todos los días. Si miramos a la historia del arte, cuando un movimiento comienza a esparcirse como una única verdad (debido a factores políticos, religiosos y/o económicos) siempre hay otro grupo tratando de desarrollar una manera alterna de percibir el mundo que todos compartimos. Y al final, todo se vuelve relativo. Por temor a la crítica, nadie defiende una postura o una idea; nadie asume la responsabilidad de una imagen, de un texto.

Vivimos en un período donde todo parece ser repetitivo, reciclado y enfadoso. Como si lo ‘original’ definiera nuestro gusto, nos hemos transformado en bestias sedientas de lo que el internet y los chicos populares definan como cool. Y aún así, creo que todo es cuestión de percepción. Hay que recordar que un buen conocedor no construye su gusto repasando blogs en unos cuantos días. Para atravesar las sucesivas capas de mierda que permean y dan forma a nuestra cultura pop, necesitamos tener los ojos abiertos, pero no menos que el corazón.

Para mí, todos deberíamos tener momentos como los de Brassaï. Durante los años treinta, él fotografió graffitis grabados o dibujados en las calles de Paris. Para él, estas inscripciones eran una especie de escritura automática del mundo, una producción ininterrumpida y universal de signos. Brassaï los consideraba el origen de toda escritura. En pleno siglo veinte, él notó estas figuras arquetípicas, los orígenes de la humanidad entera justo ahí… en su propio barrio. Sólo puedo imaginar cómo él se pudo haber sentido con aquel descubrimiento.

brassai-graffiti parisien3